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Tarantino y la banalización de la violencia

Por: Ismael Hernández

Juzgar una obra de arte es fácil pues, a final de cuentas, es cuestión de gustos, y nada es más transparente e inmediato para uno mismo que su sentir. Cada uno de nosotros sabe con toda certeza y de golpe si una canción, un libro o una película le gusta o no. El gusto o el disgusto son la expresión de nuestras más íntimas y personales preferencias. Así, no hay razones de verdad para que algo nos agrade o nos desagrade, simplemente es así, así brota de nuestra alma, y punto. ¿Qué se le va a hacer? En el corazón no se manda. Éste es el punto de vista más extendido y aceptado en los tiempos de relativismo posmoderno: a cada quién sus gustos y “tan tan”; nadie tiene el derecho de criticar los gustos de los demás o tratar de cambiarlos.

Aunque nuestro gusto parece espontáneo, en realidad, ha sido moldeado por nuestra herencia familiar, por nuestra educación formal e informal, por las modas, por los medios de comunicación, por nuestra ubicación en el mapa de las clases sociales, por el vecindario donde crecimos, por la época que nos tocó vivir y por mil circunstancias más. En nuestros juicios sobre las obras de arte inciden muchas cuestiones además de lo estético, una de ellas son los prejuicios, los históricos, nacionales, políticos, culturales, de clase, etcétera.

En realidad, en la vida social no hay nada espontáneo. Nuestros comportamientos, gustos y actos son resultado de aquello para lo que hemos sido programados socialmente. En el ámbito de la moda esto es más claro, «de forma natural» todo mundo quiere los mismos zapatos y el mismo corte de cabello.

En fin, todo este rodeo es para justificar mi atrevimiento al criticar a un director del gusto, por supuesto del gusto espontáneo, de muchos y muchas: Quentin Tarantino, quien es considerado un verdadero dios del séptimo arte. Sin embargo, su trabajo no me gusta, lo considero malo, muy malo. A continuación, expongo las principales razones y, aunque sea de paso, trato de señalar las que por algún motivo les gusta a tantos.

Desde que terminó la guerra, los Estados Unidos han emprendido una campaña para decirle al mundo que ellos ganaron la guerra y que derrotaron a los nazis; el principal instrumento de esa campaña ha sido el cine.

Tarantino

Violencia innecesaria en un país violento

Nuestro mundo es violento, lo comprobamos todos los días, a veces en carne propia. Una de las tareas del arte es la de reflejar la realidad como un espejo, pero hay espejos que reflejan fielmente las cosas, otros que incluso nos ayudan a verlas mejor y, finalmente, hay otros que al deformar la imagen ocultan la realidad en lugar de mostrarla.

 Hollywood está lleno de violencia, pero no retrata la violencia real, sino una imagen deformada y dañina de ella. En Hollywood reina la violencia alegre, la violencia divertida, en la que en medio de una atroz matanza los marines se dan tiempo de hacer chistes y, a veces, la propia sangre es el chiste; en suma, impera la trivialización de la violencia.

Tarantino es quizá el campeón de la violencia banal. A sus fans los encandilan las escenas sangrientas de Kill Bill, Pupl Fiction o Del crepúsculo al amanecer precisamente porque son divertidas, porque satisfacen nuestro morbo y porque, al final, nos insensibilizan; sus matanzas no nos cimbran.  No tiene mucho más que ofrecer. En sus películas, la sangre es lo que la salsa picante a unas frituras rancias: solamente con ese condimento nos podemos tragar algo tan malo. ¿Qué sería de las películas de Tarantino sin las escenas de violencia? Nada, casi nada.

Más allá de que la violencia sea un recurso barato para esconder la pobreza del guion, de la dirección y de las actuaciones; la pregunta que surge es ¿necesitamos tanta sangre en las películas cuando vivimos en un país lleno de fosas clandestinas? ¿Todavía nos pueden impactar las catanas de Kill Bill frente a noticias como la de los niños descuartizados en el Centro Histórico? ¿Qué tan transgresora es la violencia de las películas de Tarantino en un país donde las decapitaciones, desollamientos y ejecuciones suceden a diario? ¿La violencia frívola de esas películas no será un impedimento para ver de frente la violencia real que nos ahoga? ¿Qué pensará la madre de una persona descuartizada en Guerrero, Michoacán o Sinaloa de la escena de la pelea con sables de Kill Bill? Si queremos ver de frente la violencia, entenderla y sentirla, películas como Heli o Miss Bala sirven más que toda la filmografía de Tarantino junta. Y al final, ¡quién necesita a Tarantino si tenemos El Blog del Narco!… o a Tomy y Daly, si el caso es divertirnos y entretenernos.

Tarantino es quizá el campeón de la violencia banal. En sus películas, la sangre es lo que la salsa picante a unas frituras rancias: solamente con ese condimento nos podemos tragar algo tan malo.

Imperialismo delirante

En el arte suelen aparecer los intereses, ideas o fantasías de las distintas clases sociales, tanto de los dominadores como de los dominados; y Tarantino, al menos en Bastados sin gloria, refleja los más caros delirios del imperialismo estadounidense. En ella, muestra como en ninguna otra lo que ellos quisieran que hubiera terminado la Segunda Guerra Mundial: los nazis derrotados en París por Estados Unidos, Inglaterra y la resistencia francesa.  En esa historia, que es la materialización de sus más profundos deseos, jamás existió el frente oriental, jamás sucedió la batalla de Stalingrado y jamás las tropas del Ejército Rojo de la Unión Soviética tomaron el edificio del Reichstag ni hondearon sobre él la bandera roja con la hoz y el martillo.

Los datos históricos están ahí: la mayor parte de las bajas de las tropas alemanas se dieron en el frente oriental; la mayor cantidad de víctimas civiles fueron rusas; las batallas con un mayor número de tropas involucradas fueron las de Moscú, Stalingrado y Kursk, todas libradas por el ejército rojo. Sin embargo, desde que terminó la guerra, los Estados Unidos han emprendido una gigantesca campaña de propaganda para decirle al mundo, sobre todo a los jóvenes, que ellos ganaron la guerra y que ellos derrotaron a los nazis; y el principal instrumento de esa campaña ha sido el cine.

Para muchos niños y adolescentes, Hitler perdió la guerra frente al Capitán América; para Tarantino y sus fans, Hitler perdió la guerra en París frente a Shosanna. Tarantino sólo es la versión “adulta” (¡Ja!) de la propaganda imperialista que hacen los Avengers. Sin embargo no hay que cansarnos de decir la verdad: Hitler perdió la guerra en Stalingrado frente al Ejército Rojo. Claro, algunos dirán que Bastaros sin gloria es ficción, que no tiene por qué reflejar la realidad. Por supuesto que es ficción, pero es una ficción que muestra los intereses de un imperio y que busca moldear la percepción y los sentimientos de una audiencia mundial. Dicho rápido y fácil, Bastados sin gloria  no es una obra de arte, es propaganda imperialista; solamente es la enésima película en la que los gringos salvan el mundo.

A todo esto podemos agregar la incoherencia en sus guiones, lo inverosímil de sus personajes y sus diálogos, lo malo de sus chistes, etcétera; por ejemplo, Del crepúsculo al amanecer, empieza como una película de ladrones y termina como una película de vampiros… ¿en México?, ¿en un bar construido sobre una pirámide? Sólo le faltó meter alienígenas. Ahora que lo pienso, Tarantino sería un excelente guionista para alienígenas ancestrales. Podría decirse más sobre lo malo que es Tarantino, pero el espacio no nos lo permite.

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