El sueño es un placer a veces culposo. Después de una larga jornada, nos llega de golpe la sensación de “tener sueño”, lo cual propiamente se conoce como somnolencia. Sin embargo, no siempre le hacemos caso a esta sensación. Aceptémoslo, todos hemos preferido salir de fiesta, ver otro capítulo de esa serie que nos tiene atrapados o trabajar en lugar de hacerle caso a nuestra fisiología e ir a dormir, ya que pensamos que dormir no es necesario y “nos quita tiempo”. Cuando no dormir lo suficiente se hace hábito, los efectos suelen ser terribles: no nos podemos concentrar, nos sentimos confundidos, somos más irritables e incluso padecemos dolores de cabeza. Por si fuera poco, cuando sobrepasamos nuestra capacidad de estar despiertos sin descansar, la presión de sueño es tanta que nos podemos quedar dormidos en cualquier lugar y momento. Entonces, ¿por qué es necesario dormir? ¿cuál es esta fuerza que nos lleva a pagar nuestra “deuda de sueño” en los lugares y momentos menos esperados?
El sueño: un complejo proceso mental
Seguramente has observado que diversos mamíferos adoptan una posición especifica al dormir. De hecho, es muy curioso verlo en nuestras mascotas, quienes no tienen ninguna obligación que las haga ir en contra de sus señales fisiológicas. Pues bien, adquirir esa postura es una de las características del sueño junto con la disminución del estado de consciencia y la baja respuesta a estímulos externos. Por estas razones, antes de que se realizaran estudios polisomnográficos (en donde se mide la actividad cerebral, muscular y ocular durante el sueño), se creía que el sueño era un estado en donde el cerebro dejaba de trabajar. Sin embargo, dormir es un proceso cerebral muy complejo y nada pasivo.

¿Para qué soñamos?
Los primeros investigadores interesados en resolver el misterio del por qué y para qué dormimos desarrollaron varias teorías. Una de ellas planteaba que existía una señal que se acumulaba durante la vigilia y que llegaba hacia el cerebro, promoviendo que las neuronas de algunas regiones del cerebro se sincronizaran en ondas lentas. De este modo, se pensaba que quien descubriera esa “molécula inductora del sueño” se volvería muy famoso y probablemente ganaría un premio Nobel. Sin embargo, como suele pasar en las ciencias biológicas, no sólo se encontró uno, sino varios factores asociados a la somnolencia, entre los cuales destaca la adenosina. Ésta es una molécula que se puede formar como producto de la ruptura del famoso ATP (trifosfato de adenosina), que funciona en todas nuestras células como una moneda energética. De este modo, “pagamos” con ATP todos los procesos energéticos que ocurren en nuestras células durante el periodo de actividad, pero al romperse el ATP para obtener energía, la adenosina que se genera llega al cerebro y, por medio de distintos receptores, promueve cambios en la actividad neuronal, resultando en somnolencia. La somnolencia es un proceso fisiológico básico como el hambre o la sed y, de la misma manera que saciamos nuestra hambre o sed con comida o bebida, saciamos la somnolencia con el acto de dormir. Así, una vez que la adenosina hace su efecto, el sueño inicia. En este periodo, el cerebro se encarga de depurar toda esta adenosina durante las distintas fases del sueño. De igual manera, otros productos de desecho que se generan en el cerebro a lo largo del día se depuran durante el sueño, por lo que éste sirve para “limpiar” al cerebro de distintos componentes.
Fases del sueño
El sueño se compone por varias fases, que se repiten en ciclos; normalmente, tenemos 4 o 5 ciclos a lo largo de una noche. En los humanos, el sueño lento se divide en 3 fases: la primera es un periodo en el que aún no estamos conscientes de que dormiremos, pero empezamos a cerrar los ojos. En la segunda fase, empezamos ya a dormir, y la actividad eléctrica de las neuronas se sincroniza más y las se hace más lenta. Normalmente, pasamos el 50% de la noche en esa esta segunda fase y es en ella en donde se puede llegar a dar el sonambulismo. Finalmente, la tercera fase se compone por ondas más lentas y sueño más profundo. Esta fase es en donde más descansamos, es ese sueño reparador que, tristemente, disminuye naturalmente con la edad.
Fase MOR
Aproximadamente 90 minutos después de acostarnos, una vez que ya sucedieron estas tres fases de sueño lento, inicia una fase completamente distinta: la fase de movimientos oculares rápidos o MOR, llamada así porque en esta fase los ojos se mueven rápido y de forma involuntaria. Esta fase es muy fácil de identificar en los bebés, ya que tienen una mayor cantidad de sueño MOR debido a que es una fase esencial para la maduración cerebral. Durante el sueño MOR, nuestro cerebro empieza a trabajar como si estuviéramos despiertos, pero hay una desconexión neuronal en la médula espinal que hace que el tono muscular se pierda, es decir, que no podamos movernos.
Además, la fase de sueño MOR es en la que soñamos. Los sueños, o propiamente dicho las ensoñaciones, son las proyecciones mentales en las que vemos, escuchamos e incluso podemos sentir. Durante la fase MOR, nuestro cerebro está muy activo porque todas las regiones del cerebro involucradas en distintas funciones se encuentran activas, por ejemplo, si soñamos que vemos algo, la corteza visual se encuentra activada. Lo mismo sucede con las regiones del cerebro involucradas en detección de olores y de sensaciones, de tal modo que nuestros sueños son “reales” para nuestro cerebro. Como normalmente tenemos entre 4 y 5 ciclos de sueño, soñamos entre 4 y 5 veces, aunque no siempre lo recordemos. Se ha reportado que el último sueño MOR de la noche es el más fácil de recordar.
El sueño y sus significados
Quizá tienes la experiencia de recordar sueños geniales en los que quisieras volver a dormir y otros que son tremendas pesadillas. ¿Pero, por qué recordamos estos sueños y no otros? Parece ser que los sueños que tienen un fuerte componente emocional son los más fáciles de recordar, aunque en realidad no sabemos muy bien por qué, así como tampoco sabemos muy bien qué función tienen los sueños. Todavía es un misterio por qué soñamos y si esos sueños de verdad tienen un significado, pero más allá del significado místico de las ensoñaciones, el estado mental de un individuo puede determinar si va a tener pesadillas o sueños placenteros. Por ejemplo, un estado constante de estrés puede llevar al individuo a reportar terrores nocturnos, en donde las pesadillas son recurrentes. Además, las personas que se encuentran bajo estrés pueden presentar la parálisis de sueño, mejor conocida en nuestro país como la condición donde “se me subió el muerto”. Esa sensación terrible de estar despierto y no podernos mover es definitivamente estresante y se debe a que la parte consciente del cerebro despierta antes de que se reestablezca la conexión motora a nivel de la medula espinal.
Además de las ensoñaciones, hay otros procesos que se llevan a cabo durante el sueño MOR, por ejemplo, el establecimiento de la memoria a largo plazo. Durante el día, nos enfrentamos a distintas situaciones de las cuales aprendemos, y cuando llega la noche, estas memorias se consolidan y pasan a formar parte de la memoria a largo plazo. Así, de poco sirve desvelarnos estudiando, porque es probable que no retengamos esta información.
Consecuencias de la falta de sueño
Con todo esto, queda claro que el sueño sirve para “limpiar” nuestro cerebro, recuperar el balance de ciertas moléculas y consolidar la memoria. Entonces ¿qué sucede si no dormimos por periodos prolongados?
Una de las cuestiones más preocupantes es que no dormir lo suficiente incrementa mucho el riesgo de que seamos obesos, hipertensos, nos enfermemos más fácil (punto importante a considerar en tiempos de pandemia) o desarrollemos alguna enfermedad neurodegenerativa. Estos problemas de salud generados por no dormir podrían estar relacionados con una depuración insuficiente de moléculas en el cerebro. Por ejemplo, algunos estudios recientes en ratas han mostrado que la falta de sueño promueve la acumulación de una molécula llamada péptido beta amiloide, la cual puede formar placas que afectan la función del hipocampo (región del cerebro fundamental para la memoria). Estos hallazgos son alarmantes ya que, aunque no estamos seguros de que se lleven a cabo de la misma manera en humanos, en las ratas, los efectos empeoran si hay pérdida crónica de sueño. Como es de imaginarse, muchas personas no solo dejan de dormir unos cuantos días, sino que pasan décadas con malos hábitos de sueño. Además, en humanos, la acumulación del péptido beta amiloide se relaciona con la enfermedad de Alzheimer, por lo que la falta de sueño podría ser un factor que predispone a desarrollar esta enfermedad.
Con estas observaciones en mente, resulta importante considerar nuestros hábitos de sueño para no tener que pagar nuestra “deuda de sueño” con alteraciones de memoria. A diferencia de otras condiciones patológicas, la deficiencia de sueño parece ser un proceso reversible que depende en gran medida de escuchar y atender esas señales de somnolencia. Dormir es un proceso cerebral muy complejo y nada pasivo que nos aporta muchos beneficios, no lo privemos de ellos.

Gabriela Hurtado Alvarado
Doctora en Biología Experimental involucrada en el estudio de los efectos de no dormir sobre el cerebro. Una entusiasta de la divulgación científica para todas las edades especialmente en el área de las neurociencias. Además de su vida de científica le encanta viajar, dibujar y escribir.

Username: Rebeca Méndez
Química Farmacobióloga, (casi) doctora en Ciencias Biomédicas. Le interesan los temas científicos, especialmente la biología y la neurociencia, pero puede discutir apasionadamente sobre casi cualquier cosa. Le encanta aprender, compartir lo que ha aprendido, comer rico y viajar.