Imagina el peor dolor que has sentido. Tal vez sólo recordarlo te haga sentir mal de nuevo. Ahora, ese dolor que imaginaste ¿es físico o emocional? El hecho de que usemos la misma palabra “dolor” para hacer referencia tanto a procesos físicos como emocionales no es una coincidencia. Lo que denominamos “dolor físico” tiene un componente emocional muy importante y el “dolor emocional” que sentimos cuando nos rompen el corazón puede modificar nuestro estado físico. De esta manera, el dolor físico y el emocional se encuentran ampliamente relacionados y algunas veces se vuelven indistinguibles. Pero ¿por qué? ¿Qué pasa en nuestro cuerpo que nos hace percibir a ambos tipos de dolor de manera similar?
Biología del dolor físico
Empecemos por lo más sencillo (aunque como ya sabemos, en la biología nada es tan sencillo): el dolor físico agudo. Se presenta, por ejemplo, cuando alguien nos pisa sin querer. El pisotón es nocivo para nuestra piel, ya que la presión mecánica que ejerce puede dañar físicamente a nuestras células. Al recibir un pisotón lo suficientemente fuerte, los receptores mecánicos que tenemos en las terminales nerviosas se activan, generando una cascada de eventos. A partir de este momento, suceden dos cosas: en primer lugar, se monta un reflejo que nos permite mover nuestro pie para eliminar la presión a la que se ve sometido, y, en segundo lugar, esta información se comunica a otros sitios dentro del sistema nervioso central, que nos permiten experimentar el componente un poco más “consciente” del dolor. Es decir, mediante el procesamiento por distintas áreas del cerebro como las cortezas podemos darle un valor a esa sensación y decir algo como “¡Ay, me pisaste!”. Los científicos que estudian los mecanismos del dolor llaman “nocicepción”, a los procesos relacionados con la percepción de un estímulo dañino. De esta manera, la nocicepción funciona como un mecanismo de defensa que nos alerta sobre algún daño.
¿Qué sucede poco después de que gritamos y quitamos nuestro pie? Si el pisotón fue lo suficientemente fuerte, la presión mecánica pudo haber dañado el tejido, produciendo mediadores inflamatorios. De este modo, ahora las terminales nerviosas no detectan la presión mecánica, sino que detectan a los mediadores inflamatorios que comunican la situación de daño hacia el sistema nervioso. Hasta que el daño no se repare, o el sistema se “acostumbre” a esa señalización, seguiremos sintiendo dolor. Para mitigar el dolor, también podemos hacer uso de un analgésico, que se cree que funciona interrumpiendo la comunicación entre los mediadores inflamatorios y las terminales nerviosas.

Propiedades reparadoras del dolor
Con lo anterior, podemos inferir que el dolor no solo es esencial para “reaccionar”, sino también para “reparar”, porque la estimulación del sistema nervioso ayudará a que las células inmunes puedan efectuar el trabajo de reparar el daño de una mejor manera. En este sentido, el dolor agudo tiene la función de mantener al organismo a salvo, y en la mayoría de los casos, si es estímulo no es muy dañino, desaparece después de algunas horas. En el caso de que no sea así, es probable que nos encontremos ante una situación de dolor crónico.
El dolor crónico es problemático porque, además de mantenerse durante un tiempo más prolongado, presenta algunos mecanismos adicionales al dolor agudo. Por ejemplo, la constante estimulación de las terminales nerviosas por los mediadores inflamatorios puede reclutar más mediadores inflamatorios y generar una cascada de señales difícil de romper. Además, la sensibilidad de los receptores se puede ver comprometida, de modo que ahora el mismo estímulo puede inducir una mayor respuesta de dolor. Esta cuestión es especialmente relevante en la clínica, porque muchas veces, los pacientes con dolor crónico necesitan tomar dosis crecientes de analgésicos para poder sentirse un poco mejor. Por si fuera poco, en el procesamiento del dolor se involucran muchas áreas del cerebro relacionadas con las emociones, como la corteza prefrontal, la ínsula y la amígdala. De este modo, el dolor tiene un componente afectivo importante, que se ve evidenciado, por ejemplo, cuando las personas con dolor crónico reciben una mala noticia que exacerba sus molestias.
El dolor como mecanismo de sobrevivencia
El procesamiento del dolor por el sistema límbico también desencadena distintas respuestas fisiológicas como la respuesta de “pelear o escapar”, por lo que no solo se convierte en algo que “sentimos” gracias nuestro cerebro, sino que también lo podemos percibir en nuestra fisiología como sudoración, un incremento en la frecuencia respiratoria, etc.
Entonces, ¿qué tiene que ver este tipo de dolor con el dolor emocional provocado por un corazón roto? ¿Por qué nos sentimos tan mal cuando perdemos a un ser querido?
Dolor social
Los científicos que estudian el dolor emocional le llaman “dolor social”, porque normalmente se presenta tras la ruptura de alguna relación social. Los seres humanos somos altamente sociales, y tenemos mecanismos que promueven esta conducta, como la liberación de dopamina en los circuitos de recompensa. Al cortar algún lazo con un ser querido, nuestros circuitos de recompensa se quedan sin dopamina, lo que desencadena que se activen muchas áreas del cerebro que coinciden en gran parte con las áreas que se activan ante el dolor. Entonces, aunque el cerebro recibe estímulos distintos, en un caso un daño el tejido y en el otro, un metafórico daño al corazón; ambas respuestas se procesan de forma similar y por ende generan respuestas fisiológicas similares. Así, al pensar en la pérdida de un ser querido, podemos manifestar sensaciones como mareo, sudoración o incremento de la presión arterial tal como sucede cuando tenemos un dolor fuerte.
La similitud entre el procesamiento del dolor físico y el dolor social es tal, que el acetaminofén, un fármaco analgésico, es capaz de disminuir parcialmente la sensación de “corazón roto”. Esto no quiere decir que debamos tomar analgésicos para curarnos el “Síndrome de corazón roto”, sino que entender mejor los mecanismos que nos hacen sentir mal emocionalmente puede ayudarnos a comprender también lo que nos hace sentir mal físicamente, y viceversa. De este modo, el estudio del dolor, que claramente juega con la línea que divide lo “físico” de lo “emocional”, puede darnos mejores pistas acerca de cómo podemos mejorar nuestra salud de una forma integral.

Username: Rebeca Méndez
Química Farmacobióloga, (casi) doctora en Ciencias Biomédicas. Le interesan los temas científicos, especialmente la biología y la neurociencia, pero puede discutir apasionadamente sobre casi cualquier cosa. Le encanta aprender, compartir lo que ha aprendido, comer rico y viajar.