Debido al constante uso indiferenciado y contiguo de los dos términos que intitulan este artículo, esbozaré brevemente (como debe serlo todo esbozo) las diferencias entre la ironía y el sarcasmo que alcanzo a entrever. Partamos de algunas definiciones etimológicas. La palabra “sarcasmo” tiene su origen en la palabra griega sarkasmós, que proviene de sarx, carne; ambos, términos relacionados con el verbo sarkazein, desollar, sacar la carne. Así, el sarcasmo tiene que ver, originalmente, con lacerar, dañar, herir. No es coincidencia que la RAE lo caracterice como una: “burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien”, donde la palabra “sangrienta” apunta metafóricamente a esos cruentos orígenes etimológicos.
La palabra “ironía” tiene su origen también en el griego (como todo lo bueno) eirōneía, disimulo, fingimiento; cuyo verbo correspondiente es eirōneúomai, ironizar, y que se relaciona con el verbo eirōmai, preguntar. La relación semántica que guardan éstos últimos vocablos es irónica, pues pregunta el que no sabe, pero ironiza sólo el que sabe y finge que no, como Sócrates.
Ahora bien, la confusión entre ambos conceptos es totalmente comprensible. Los usamos para designar la acción de dar a entender lo contrario de lo que se dice, junto con la intención de burlarnos de alguien o algo. El contexto, y más precisamente el tono de enunciación, es el que nos da la pauta para interpretar algo como como ironía/sarcasmo y no como una simple oración declarativa.

Diferencia entre sarcasmo e ironía
Las diferencias, en cambio, son más sutiles. Como ya se ha insinuado, el sarcasmo es malintencionado, su objetivo es la burla cruel, pero basta la expresión patente de lo contrario de lo que se quiere decir, con el respectivo tono, para que cumpla su cometido. Por ejemplo, a alguien que ha subido de peso se le dice “¡Pero qué flaco estás!”, y con ello se lo quiere herir en su amor propio. La ironía, por su parte, precisa de un entramado más complicado y no necesariamente maligno; la contraposición se insinúa paulatinamente, con alusiones veladas, como en un juego de la inteligencia. El que ironiza apunta solapadamente a la realidad real mientras que en su discurso explícito describe una realidad fingida. Entender el sarcasmo o la ironía es un acto que requiere comprender el contexto de emisión y el estado psicológico de quien habla. Consideramos inteligentes a quienes comprenden nuestro sarcasmo o ironía, porque solemos considerar inteligentes a aquellos que piensan igual a nosotros; pero si nos atenemos a lo dicho, no se requiere de un intelecto preclaro para ser un usuario consuetudinario el sarcasmo. Es suficiente con ser un hablante competente del lenguaje y conocer sus normas musicales tácitas. La ironía, en cambio, sí requeriría seguir con atención el discurrir de nuestro interlocutor, conocer hasta cierto punto sus referencias y adivinar sus inferencias.
Otra diferencia digna de mencionarse, y que no he encontrado sugerida por ningún lado, es que el adjetivo “sarcástico” sólo puede aplicarse a actos de habla y gestos. Un comentario sarcástico es aquel que busca mofarse cruelmente del interlocutor; una sonrisa sarcástica es aquella mueca afectada que no revela el holgorio del que sonríe, y que más propiamente habría de llamarse sardónica. Pero “irónico” puede ser aplicado también a una situación, como que una ambulancia atropelle a un transeúnte, o un que un extintor de incendios esté en llamas. Al caracterizar una situación de irónica estamos poniendo de manifiesto la contradicción que el escenario encarna, por ejemplo, los fines para los que fueron concebidos la ambulancia y el extintor, y la situación actual en la que se encuentran. Esta contradicción entre la expectativa y su consecuente desilusión es propia de (casi) todo lo cómico. Cuando un hombre camina, esperamos que siga su derrotero (esto es lo esperado), pero si por alguna razón cae y mide con su humanidad el suelo, nos reímos (esto es la desilusión). Mas no llamaríamos “irónica” a una situación así. ¿Por qué? En este caso, la relación entre la expectativa y la realidad es más elástica, no percibimos la caída como la antítesis excluyente del caminar. Lo peculiar de la ironía es que en los correlatos existe una tensión muy fuerte, casi como una contradicción lógica.
En fin, generalmente lo cómico (dentro de lo que se encuentra, claro está, el sarcasmo y la ironía) lleva un grado de reflexión; nos arranca del flujo constante de esperanzas cotidianas profundamente enraizadas y atrae nuestra mirada hacia un aspecto que antes pasaba desapercibido. Por ello, para terminar, expongo una pequeña dificultad al lector. Cuando daba clases de Español, un alumno preguntó con hastío si realmente leyendo incrementaría su vocabulario. Respondí: “Basta con leer un solo libro. —Y ante su sorpresa, continué— Hay uno que yo siempre recomiendo y que nos ayudará a aumentar nuestro vocabulario como ningún otro. Se llama Diccionario.” ¿Es este tipo de mofa un sarcasmo o una ironía?

Username: Gonzalo Gisholt
Username: Gonzalo Gisholt Gonzalo Gisholt estudió filosofía en la UNAM. Le gustan la literatura de Borges, las historietas de Charlie Brown y la guitarra clásica. Administra el blog personal: poesiaapoesia.blogspot.com