Hace unas semanas, la noticia más importante del medio deportivo fue el nacimiento y la muerte de la Superliga Europea, un millonario proyecto apoyado por el banco estadounidense J. P. Morgan que involucraba a varios de los clubes más ricos del mundo. El rápido deceso de esta liga excluyente fue presentada por varios medios como un triunfo de los “defensores” del balompié. Yo no cantaba victoria y, en realidad, esa guerra de ricos contra ricos me parecía tan entretenida como lamentable. Más allá de los orígenes del conflicto –que bien podríamos identificar desde hace más de un siglo– una pregunta me persiguió por varios días. En este contexto en que los magnates del futbol parecen los dueños del balón, ¿otro futbol es posible? Impulsado por las entrañas más que por la razón respondí: sí. Ahora bien, ¿cómo construir otro futbol? Y, sobre todo, ¿cómo debería ser ese otro balompié?
¿Qué es el futbol?
El futbol tiene muchos significados, es muchas cosas a la vez. Eso es lo primero que debemos entender. En primer lugar, es un juego, una actividad lúdica que permite la diversión de quienes lo practican o quienes lo ven. Es, además un deporte, una actividad de competencia con instituciones que la regulan en todo el mundo. Al competir, cada equipo quiere demostrar que es el más hábil con el balón, el que anota más goles y recibe menos; da igual si juegas el torneo del barrio o la copa mundial, en ambos casos los participantes quieren ser campeones. Finalmente, el balompié es un amplio y complejo negocio, una mercancía que desde finales del siglo XIX hasta nuestros días se ha configurado como un servicio de entretenimiento, es decir, un producto que, a cambio de dinero, pretende generar estímulos emocionales en un público amplio y diverso. Cuando la afición mira la final de la Champions League o del mundial busca, sobre todo, emocionarse. No importa si no simpatizas con alguno de los equipos que compiten, de cualquier modo, quieres goles, porque cada gol es en sí una descarga emotiva. Ir al estadio o contratar servicios de televisión privada es, en cierto sentido, pagar para que algo te entretenga y, sobre todo, te haga sentir emoción.
Pero el futbol se ha configurado como muchas otras cosas, además de estas tres acepciones. También ha sido herramienta que fortalece la identidad y los vínculos comunitarios; se ha convertido en una forma de resistencia de los desposeídos y una práctica de alto contenido simbólico. El futbol es, por supuesto, uno de los últimos reductos del nacionalismo, un espacio donde se fortalecen los discursos de unidad nacional y quizá el último pretexto para cantar el himno. Entonces, ¿a qué nos referimos cuando decimos que nos robaron el futbol?, ¿A qué se tendría que diferenciar un “nuevo” balompié?
Goles y utopías
Solemos creer que el futbol sólo es aquel organizado por los grandes magnates del balón, aquellos empresarios que cuentan entre sus emporios a algunos de los clubes de los que somos seguidores. Varias veces he escuchado y leído la preocupación de la afición al sentir que los millonarios “se roban” el futbol y hacen con sus equipos lo que quieran, sin escuchar las opiniones de la fanaticada. En este sentido hay que destacar dos puntos: primero, la afición suele creer que tiene un vínculo comunitario con su equipo, es decir, que es el “jugador número doce”, que cuenta y que puede incidir en los destinos del club; segundo, para los dueños, la afición no forma parte del equipo, no hay vínculo comunitario que valga, pues son vistos única y exclusivamente como consumidores. Su agencia se limita a eso, a consumir y, en ese sentido, pueden tener injerencia sólo si deciden comprar o no comprar el producto, es decir, el equipo y los torneos. La caída de la Superliga Europea no respondió a que los dueños de los clubes pusieran atención a las demandas de la afición. Me parece que, en realidad, se explica porque los empresarios identificaron que el nuevo torneo no era el producto que los consumidores querían y que, por ello, no sería consumido. Por este motivo los magnates del futbol debieron recular.

Por un futbol diferente
Ahora bien, creo que aquellos quienes mostramos preocupación por un futbol diferente nos equivocamos al tratar de jugar en el campo de los grandes empresarios. Es su negocio, las reglas y las dinámicas son de ellos, pero su concepción del balompié sólo es una de muchas: es la comercial, la visión que concibe al deporte como un producto, un servicio de entretenimiento. Pero el futbol no solo es eso. Oculto y a veces ignorado, ese otro balompié resiste en los barrios y en las pequeñas ligas, en aquellos quienes saltan al campo por otros motivos.
En este punto vale la pena poner un ejemplo. En 1970 un grupo de jovencitas mexicanas desafiaron las imposiciones de la época y jugaron futbol en pequeñas ligas amateur. Se enfrentaron a los insultos y a las voces de aquellos que les decían que por ser mujeres estaban destinadas a la vida doméstica. Sin apoyo institucional, con pocas semanas de entrenamiento y con poco dinero, participaron en el primer mundial de la categoría, en Italia, y obtuvieron el tercer lugar. Un año después compitieron en el segundo mundial, obtuvieron el subcampeonato e incluso, algunas de ellas exigieron que, si los promotores lucraban con su imagen y se beneficiaban de ello, ellas debían recibir una retribución económica por su labor como trabajadoras. En su caso, el futbol se convirtió en una auténtica herramienta de reivindicación y empoderamiento femenino.
El caso de estas futbolistas, quienes con goles y gambetas desafiaron al machismo de la época, me demuestra que sí, otro futbol es posible. Nadie podría ofrecer un manual para diseñarlo, pero estoy convencido de que se puede construir un futbol disidente, rebelde y popular, que no responda a los intereses del capital, que priorice el bienestar comunitario y en donde juguemos todes.

Username: Cacomixtle
Autor: Giovanni Alejandro Pérez Uriarte. Licenciado en Estudios Latinoamericanos y Maestro en Historia por la UNAM. Sus investigaciones versan sobre la historia social y cultural del futbol. Desde que era un niño supo que quería ser historiador. Le gustan las palabras esdrújulas, andar en bicicleta y mirar cacomixtles, a quienes considera sus hermanes. Se considera torpe en el uso de la tecnología. Quizá por eso el mundo digital le parece enigmático, misterioso y casi inevitable.