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La dictadura de Beethoven

Beethoven

De alguna u otra forma, Beethoven es conocido por todos, uno de los más grandes músicos de la historia, sin dudas, un ícono de la cultura alemana y europea en general. Es apreciado por todos, hasta los delincuentes podrían encariñarse con el viejo Ludwig Van, como lo llamó Alex DeLarge de la naranja mecánica, en la versión de Kubrick.

El primer músico en asumirse como un artista y ejercer un rol protagónico como un personaje por sí mismo más allá de su obra, una celebridad creativa que desafió a las autoridades de su tiempo, un tipo que “no oye, pero bien que le compone”, para los memes, o simplemente el gran ícono de música clásica.

Beethoven, además de un sordo talentoso, fue el puente entre el periodo clásico y el romanticismo. Su última obra es sin duda una de las piezas musicales más relevantes de la historia, quizá la más importante, pero en esta ocasión hablaré del día que arruinó la política y limitó al mundo a una sola ideología política.

La novena sinfonía es un cliché. Está en todas partes, se utiliza con el fin de crear un ambiente épico, para lo cual funciona muy bien. Lo innovador en la sinfonía es la presencia de un coro, de 4 cantantes solistas y de una orquesta en conjunto en el mismo, con el propósito de musicalizar un famoso poema de un célebre autor alemán como fue Friedrich Schiller. El cuarto movimiento es comúnmente conocido como “oda a la alegría”, o “himno a la alegría” como es más comúnmente conocida para los países hispanohablantes. Se volvió un tema ampliamente reproducido, se diluyó el poema de Fichte en una canción simplona, más cuando se traduce al español.

El legado de la novena y de su cuarto movimiento es inmenso, como refiere el célebre filósofo esloveno Slavoj Žižek en la cinta del 2012 Pervert´s guide of ideology (Guía de la ideología para pervertidos). La novena ha servido como estandarte político para las más diversas causas, como “Sendero luminoso”, un grupo armado y partido comunista en el Perú. Hitler la usó también para su causa y hoy en día es el himno no oficial de la Unión Europea, e incluso es el intro de Derbez en cuando en la televisión mexicana (como si fuera poco todo lo anterior). Se puede usar para cualquier causa y siempre funciona, según parece.

Particularmente funciona muy bien como el himno del mayor bloque económico como es la Unión Europea, ya que consagra los valores propios de la integración y la unificación de un bloque, la humanidad como una familia grande y bonita donde los rusos y tailandeses se abrazan con italianos y nigerianos, además es un músico alemán y el poema que utiliza también.

El problema con el uso de la “oda a la alegría” es que funciona como campaña política vacía, un recipiente sin contenido al que le podemos adjudicar la causa que nos parezca mejor. Es una forma de decir que todos debemos estar unidos, enarbolar la idea de libertad y cooperación, que son valores más generales que cualquier horóscopo. Todo vale, siempre que se asuman las reglas de quien use la novena a su favor, ya sea Merkel, Stalin o Mao.

Es una canción totalitaria cuando se usa de esa forma, ya que nadie se excluye y nadie puede disentir, solo que aparenta ser positiva, agradable y sublime. Nadie puede salirse de esa humanidad unificada que se propone, nadie pretende escapar a su libertad y a la alegría como valores, nadie querría no ser feliz, ¿no?; el problema es que tampoco se puede escapar de las consecuencias.

La mayor muestra de capacidad para promover la libertad y unificación que ha tenido la novena fue uno de los momentos políticos y sociales más significativos de la Historia: la caída del muro de Berlín. Poco después de la caída se celebraron un par de conciertos en ambos lados del muro.

La orquesta, dirigida por Leonard Bernstein, interpretó “la novena” para celebrar la unificación y la libertad de Alemania, la derrota y la inminente caída del bloque oriental, el fin de la guerra fría y la victoria aplastante y contundente del capitalismo. La libertad fue la palabra que triunfó, ya que en vez de alegría (Freude, en alemán), el coro y los cantantes, prefirieron libertad (Freiheit) al interpretar la oda de Schiller y Beethoven, una licencia que el propio director dijo que Beethoven habría aprobado.

Desde ese momento se acabó la oposición a la libertad, fuimos condenados a un solo bloque, a la hegemonía de una sola forma de pensamiento bajo los principios de la democracia liberal y el libre mercado, la política y la capacidad de discernir se acabaron. Quien puso las reglas unificó al mundo bajo una familia que no ha funcionado para la mayoría, no podemos escapar de la libertad, de sus consecuencias, ni de la ideología impuesta. Beethoven fue el soundtrack que introdujo una dictadura del pensamiento.

Al igual que para Alex DeLarge, los vencedores celebran el desenfreno, la libertad, el goce y la perversidad de un sistema que ulteriormente los beneficia con el viejo Ludwig Van al fondo. Contrarios a Alex y la ultra violencia, la paz que emana del fin de la guerra, el reordenamiento y las graves consecuencias a la vida de la mayoría, imposibilita la violencia misma, la disidencia y la capacidad de oposición bajo diversos mecanismos.

Todo país está vulnerable ante el poderío de un sistema mundial que castiga desde el exterior, la desobediencia, prohíbe y deja poca iniciativa regional, local e incluso individual. Desde entonces hay solo una forma de pensar, de actuar, hay bueno y malo, de forma casi tan clara, unificada y contundente como en el peor feudalismo que la Ilustración podría pensar.

 

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Arturo Martínez

Arturo Martínez

Economista egresado de la Facultad de Economía de la UNAM

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