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Estamos en medio de una pandemia, ¿puedo llorar tu muerte? (Parte 2)

Rocío ha dejado a una niña de diez años. Belinda tuvo que hacerse cargo, tanto de ella como de toda su casa, al haber perdido también a su esposo. Cuando ve llorar a su nieta, no acepta que la madre la haya dejado en el momento más importante de su vida. Por otro lado, Ricardo, el hijo de Juana Martínez, tuvo que quedar a cargo de la casa y de su padre enfermo, al tiempo que se recuperaba de covid-19. Ambos tuvieron que buscar fuerzas para seguir y el dolor ha tenido que esperar.

Cuando una persona muere, los roles se reacomodan. A pesar del dolor, el espacio que ha quedado vacío debe ocuparse. Así pasó en las familias de Juan, Rocío y Juanita. En el instante mismo de su muerte, se asumió un rol. Quién realiza los trámites legales, quién dispone los rituales, quién se hace cargo de la familia o es el sostén emocional. Grissel Concha Anaya especifica que las emociones del duelo están definidas a partir de estos roles y están determinadas hasta por género: “Las mujeres tienen permiso de estar tristes, pero no enojadas. Los hombres pueden estar enojados, pero son cuestionados si están tristes por periodos prolongados”.

Se dice que “una alegría compartida se convierte en doble alegría, y una pena compartida se vuelve media pena”, pero ahora puede ser la reacción de los demás lo que complica el proceso de duelo. Cuando la persona muere de coronavirus, aunado a los roles sociales, hoy la familia sufre el estigma de la causa de muerte: “Cuando alguien dice que su familiar falleció de coronavirus ve en los demás una expresión de miedo, y no estamos acostumbrados a eso”, explica Concha Anaya.

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El duelo: Una pena compartida es media pena

Belinda, quien perdió a su esposo y a su hija, tuvo que sufrir a puerta cerrada. Cuando la hija que los cuidaba salía a la tienda, era atendida con temor, los repartidores no querían dejarle el agua en su casa e incluso los de su familia se hicieron a un lado. Ahora está muy enojada por no haber podido evitar que su hija muriera a causa del abandono: “Yo estoy segura de que, si alguien nos hubiera ayudado para preparar sus remedios y darle su medicina, mi Rocío no se hubiera muerto, sí se hubiera salvado”.

Cuando el diagnóstico de la muerte es covid-19 hay dos reacciones: “Fui irresponsable contigo y yo provoqué tu muerte” o, por el otro lado, “no perdono que te hayas expuesto de esa manera y que hayas muerto”. En el primer caso se experimenta culpa, en el segundo, rabia. Y a veces hasta se culpa a otros. Como resultado los dolientes construyen en su mente fantasías de futuro, escenarios imaginarios en los que su familiar no muere o en los que ellos diseñan cómo debió suceder. Es un modo de evadir la realidad que pronto trae consecuencias. Impide que la culpa y la rabia sean liberadas para iniciar el duelo.

Los rituales funerarios son los que ayudan al doliente a salir de la fantasía. Laura Yoffe, promotora de la psicoterapia corporal y orgánica, escribe en un artículo sobre ritos funerarios que “hay definiciones culturales en relación con las emociones particulares del duelo”, una manera de asimilarlas, contenerlas y comunicarlas. Pero ahora la sociedad enfrenta dos problemas: el distanciamiento social y la negación.

La "sana distancia" social

La sana distancia física se puede convertir en distancia social; más aún, en aislamiento. Igual que en la década de 1970 las personas con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) experimentaban una muerte social, antes que la muerte física, por miedo a un virus mortal. O como en los lugares con minorías migrantes, cuyas diferencias culturales los obliga a sufrir en silencio, porque su expresión del duelo es una amenaza para los otros y algo fuera de lugar. Como ahora con un virus amenazando en, prácticamente, todo lo que hacemos.

Al ritmo que crecen las cifras es difícil asimilar que “mi vecino de enfrente o el familiar del niño que iba con mi hijo a la primaria han muerto”, ejemplifica Grissel Concha Anaya. Las personas han activado la negación como un mecanismo de defensa. Incluso en las colonias donde la participación en velorios o novenarios es tan importante, la gente se siente superada. No pueden acompañar, sienten que no deben estar o simplemente deciden no involucrarse. Dan sus condolencias y se van.

Poner orden al caos

Cuando la muerte irrumpe, todo lo que es conocido se transforma en caos. Desarticula los lazos de la comunidad y perturba la organización psíquica, se convierte en una amenaza para el equilibrio psicológico y social. “Los ritos salvan las discontinuidades”, con sus normas y lenguajes, escribe Leví-Strauss, antropólogo; son “los mecanismos para conjurar el desorden”, señala María del Pilar Cifuentes Medina, especialista en psicología y cultura.

Los rituales funerarios son los orientadores del proceso de duelo. Delci Mirella Torres, especialista en lingüística, señala que son los “mecanismos simbólicos que orientan las relaciones entre las personas y las culturas” para asimilar la muerte del otro. En México el dolor por la muerte se expresa; pero, además, se comparte. La tradición codifica el sufrimiento personal y las restricciones sociales para el doliente; designa los espacios para la expresión de las emociones y el tiempo para ello.

Los rituales religiosos “ayudan a encontrar sentido a la muerte y tener paz”, señala Grissel Concha Anaya. La referencia a lo sagrado establece un marco desde el cual se puede salir con mayor facilidad del duelo. Establece sus límites, confina el dolor y encausa el sufrimiento; crean sentido de pertenencia, unidad y apoyo emocional. Incluso para ateos y agnósticos son un espacio propicio para expresar la tristeza y un estímulo para aceptar la muerte mediante el acompañamiento de la sociedad.

Para los católicos, la velación durante la noche y el novenario son importantes para iniciar el duelo. Los judíos, antes de enterrar a sus familiares rasgan su ropa a la altura del corazón para expresar la pérdida y ofrecen siete días de duelo en los que se abstienen de realizar toda actividad. El momento más significativo de la tradición budista es el ritual para esparcir las cenizas. El rito islámico incluye una serie impar de baños al cuerpo del difunto antes de envolverlo en una tela blanca con la que será enterrado lo más pronto posible.

Estamos en una pandemia, ¿cómo puedo llorar tu pérdida?

Durante el confinamiento la generación de la pandemia ha tenido que buscar alternativas para socializar la pérdida y hacerse acompañar por los otros. Algunas comunidades de fe han ofrecido servicios religiosos virtuales en honor de quienes han muerto; los familiares y amigos han utilizado las redes sociales para organizar homenajes por los fallecidos, con gestos religiosos o sin ellos. La mayoría ha comenzado con aquellos rituales conocidos por la familia, pero prescindiendo de los detalles. Sólo porque lo necesitan. Concha Anaya señala que “si por la pandemia, la mirada y los oídos son la única herramienta para acercarse a la persona que quieres y acompañarla, tales gestos cobran otro significado”.

Los rituales también son el detonante para el duelo. Sigmund Freud, psicoanalista, describe que el primer paso para elaborarlo consiste en el examen de la realidad: La persona ha muerto. Grissel Concha Anaya, psicoterapeuta humanista, comenta que “hay gente que se queda en shock cuando recibe la noticia y que hasta que ve el ataúd entrando a la tierra es cuando se hace consciente de que su familiar no regresará”. Frente a la ausencia, hay resistencia y negación. Hasta que la realidad material de los rituales se impone e inicia el proceso mental y emocional del duelo.

El reto de la pandemia es que hay un vacío de momentos destinados al duelo. Los especialistas coinciden en que la falta de un cadáver imposibilita o posterga su elaboración. Cifuentes Medina, especialista en psicología y cultura, escribe que “cuando el sujeto no cuenta con estos dispositivos sociales el duelo queda fuera de toda codificación cultural, los tiempos de duelo se vuelven indefinidos y el sufrimiento invade los espacios de la vida cotidiana”. Ahora la realidad no ha surtido efecto sobre los que sufrieron la pérdida y ese momento no se puede postergar por mucho tiempo.

Hagamos nuestros propios rituales

Pero no es ahora la sociedad la que debe irrumpir con sus prácticas. Todos tenemos rituales en el duelo; muchos son privados y espontáneos, de tal manera que pueden realizarse bajo las condiciones actuales: dialogar sobre el destino de las pertenencias de la persona fallecida, colocar su foto en un lugar especial o realizar actividades en su nombre, la introspección o la escritura. Por ahora su función será la de conducir a los dolientes al examen de la realidad y la confirmación de la ausencia del mismo modo que quien se enfrenta al féretro o a la tumba. Colaborarán en el ordenamiento de las emociones y su expresión en el duelo.

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Jorge Escárcega

Username: Jorge García Escárcega

Comunicólogo de profesión, filósofo por casualidad e incomprendido gracias a Dios. Periodista interesado por los procesos que están detrás de todo, ha invertido 23 años de su vida en recorrer las calles de la Ciudad de México para comprobar ese viejo cuento de que “cada cabeza es un mundo”.

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