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¿Ese era yo?

Nunca me he sentido popular, tal vez talentoso en lo que hacía, pero nunca alguien a quien se le pudiera envidiar el tener amistades importantes o a quien se le pudiera pedir un autógrafo. Mientras que en mi escuela y con mi familia yo era cerrado y callado, en internet la gente compartía mis trabajos. Muchas veces encontraba fan-arts intentando imitar mi estilo de diseño. El personaje que creé se volvió popular por las historias que le creaba, y su perfil en Instagram llegó a tener más de cuatrocientos mil seguidores. Nunca he visto tal cantidad de gente a la que le agrade, ni he sido alguien a quien le guste socializar o que se arriesgue a dar el primer paso para conocer a algún extraño. No he estado completamente solo, no es como si lo único que conociera en la vida real sea la soledad, llegué a tener unos cuantos amigos en mi infancia, pude jugar y reír con algunos niños en el pasado, pero no es lo que necesito. ¿Cómo lo hace la gente? ¿Cómo hacen los demás para confiar o tan sólo interactuar con alguien más?

Todo empezó cuando dibujé por primera vez a Lirtly, se supone que era sólo para distraerme porque el profesor de historia no había llegado a tiempo al salón y quería hacer algo mientras pasaba el tiempo. Abrí mi libreta en la parte de atrás y comencé con un simple boceto. Se trataba de un robot con apariencia femenina, no era en carácter pervertido, a diferencia de aquellos dibujos hechos por fanáticos que hacen homenaje a algún anime o caricatura infantil, se trataba de una caricatura de una robot saludando al frente, como si posara para una fotografía.

Sus ojos eran grandes…

Sus ojos eran grandes, el color de su armadura era rojo y azul, ya que lo hice a pluma y no tenía otros colores. Me pareció que era muy tierna, como si fuera una especie de mascota fantástica a la que pudiera apreciar o una amiga imaginaria que comenzaba a tomar forma.

La etiqueta de “amigo imaginario” sólo debería ser válida cuando no intenta hacerle daño a quienes quieres.

En casa la volví a dibujar en una hoja en blanco, primero comencé dándole forma con pequeñas líneas y círculos que delimitarían su postura, luego seguí con la pluma, con mucho cuidado, y los plumones que la colorearon con mejor precisión que en mi primer intento. Ahora era de color rosado, con mejor precisión a la hora de utilizar sombras y luz, su rostro era muy bello; su postura era mucho mejor y su mirada, dulce.

Así inicio, como un pasatiempo en el que quería ser bueno. Creé una cuenta en Instagram, le tomé una foto con mi celular y subí mi primer trabajo con miles de hashtags al final de la descripción y etiquetando a esas cuentas que hacen compilaciones de dibujos de aficionados. En menos de una semana ya tenía más de cincuenta me gusta y cuatro comentarios. Aquello me motivó a repetir el proceso y seguir dibujando. Mi padre me compró más colores y una libreta especial para dibujar. Comencé con pocos seguidores y con menos recursos, de la nada llegaron las comunidades de dibujantes que me aceptaron como un miembro más, luego los ladrones de mi contenido que no se dignaban a reconocerme como autor y me obligaron a crear una marca de agua en las publicaciones, y los imitadores que muy pocas veces me etiquetaban en las fotos como señal de admiración.

Mi principal cuenta...

Mi principal cuenta, en la que subía fotografías mías, terminó en el olvido, mientras que la cuenta de Lirtly se volvió un fenómeno en crecimiento. Llegaron las marcas para que les hiciera publicidad a cambio de un pago módico, así conseguí mi panel especial de dibujo, luego llegaron los representantes de otras plataformas como Mino o Artist, que querían trasladar mis trabajos a sus servidores y que a cambio ofrecían una remuneración. Mis seguidores sobrepasaron los cien mil, me sentía mucho mejor y llegué a desvelarme hasta altas horas de la mañana para poder entregar un buen dibujo que mis fanáticos amaran. Cada semana debía entregar algún sketch diferente, alguna situación que pusiera en problemas al robot por su torpeza, como que terminara oxidada por querer nadar en una piscina o no poder entrar en un aeropuerto por no superar el detector de metales. Llegaron las semanas con malas calificaciones, con sueño en clases y los regaños de mi padre, que me amenazó con quitarme mi panel de dibujo. ¡Mi panel! No ganaba más dinero que él, pero mi trabajo era el que pagaba el internet, lo cual se volvió mi responsabilidad después de que contraté un plan de gigas mejor. Era mi trabajo, eran mis logros, era mi futuro, era yo. Él no tenía derecho a amenazarme con ello.

Llegó la cuarentena, el encierro perfecto, la excusa para trabajar mejor en mis dibujos, para actualizar cada tres días la cuenta e intentar ganar más dinero; sin embargo, mientras terminaba mi último trabajo del mes, mientras planeaba nuevos sketches y daba los últimos detalles a Lirtly, se fue la luz, era de tarde y la luz del exterior aún se filtraba por mi ventana, ésta chocó contra la pantalla de mi monitor y mostraba el reflejo del cuarto, lo que vi era algo que no podía comprender, era un cadáver, alguien muy flaco o la muerte viviente, estaba recostado y me miraba fijamente. ¿Ese era yo?

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Oscar Raúl Gil Zarza. Estudiante de derecho con varias participaciones publicadas en revistas nacionales. No le gusta la pretensión.

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1 comentario en “¿Ese era yo?”

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