“When my grandmother found out that I was playing jazz in one of the sporting houses in the District, she told me that I had disgraced the family and forbade me to live at the house...She told me that devil music would surely bring about my downfall, but I just couldn't put it behind me”
Jelly Roll Morton. Tweet
Decir que nos gusta el Jazz no es una buena manera de hacer conversación, pues generalmente esta declaración nos hace parecer ante los otros como unos esnobistas pretenciosos, y nadie con verdaderas intenciones de convivir debería incluir jamás tema semejante en sus primeras charlas. Para muchas personas, el Jazz es parte de aquellos elementos que se consideran de “alta cultura”, noción que no es sino una forma de elitismo cultural que continúa reproduciendo las asimetrías de nuestra herencia colonial.
Basta echar un vistazo a las distintas instituciones de educación superior para darnos cuenta de que la única alternativa válida al estudio de la música “clásica” centroeuropea es el Jazz. De hecho, hace solo un par de décadas que esta música se constituyó como un objeto de estudio legítimo y comenzó a figurar en los programas universitarios de música. Sin embargo, no siempre gozó de esta gran aceptación y alta consideración, ya que originalmente se vio sometido a la censura, la desconfianza y la represión por parte de las élites blancas que juraban que el mismísimo diablo se escondía detrás de sus ritmos y melodías.

Orígenes del jazz
El temprano Jazz de Nueva Orleans de los años veinte, que se abría paso entre el Ragtime de Scott Joplin y el viejo Blues del delta del Mississippi, fue recibido, en el mejor de los casos, con cierta desconfianza; y en el peor, con abierta hostilidad por parte de los blancos. Henry Ford lo detestaba y consideraba que hacía parte de una conspiración judía para penetrar en la cultura americana. Su hipótesis fue tal, que en 1918 compró el diario de su ciudad natal The Dearborn Independent, desde donde publicó violentas diatribas contra el género: Jewish Jazz – Moron Music – Becomes Our National Music, [1] artículo publicado el 6 de agosto de 1921, a manera de editorial. El viejo Ford ni siquiera concedía a los negros el genio suficiente como para responsabilizarlos de esta música.
Pero la mala prensa no se redujo a los esfuerzos de Ford. Muchos diarios publicaron densos artículos, donde se analizó, juzgó y condenó al endemoniado género.
En títulos como “Unspeakable Jazz must go (McMahon”, 1921), “Why Jazz sends us back to the jungle” (1918), “The Jazz problema” (Wilson, 1926), “A Discussion of the Debate — Is Jazz Music?” (Antheil, 1928) [2] nos muestran el ambiente tan adverso, creado por la crítica blanca, en sus intentos por frenar el avance del sincopado ritmo, que terminó abriéndose paso, sin importar nada.
Storyville: La ciudad que vio nacer al jazz
Los orígenes del Jazz están íntimamente ligados a un distrito que, debido a su descrédito y mala reputación, se ganó su lugar en la historia: Storyville, en Nueva Orleans. Éste fue un barrio rojo, establecido en 1897, con la supuesta finalidad de mantener dentro de sus límites la prostitución que fue legalizada y tolerada en su interior; aunque sus creadores arguyeron la intensión de salvaguardar a los ciudadanos respetables, las mujeres puras y las niñas inocentes. Podríamos añadir que la creación de Storyville responde también a la violenta lógica de la segregación racial. Storyville fue conformado poco después del caso Plessy contra Ferguson[4], que sentó un importante precedente sobre la legalidad de la segregación contra la gente negra. Así fue como la clase blanca dirigente mandó trasladar todo aquello que no quería ver en sus vecindarios, a un barrio históricamente negro.
Con la gran cantidad de mujeres que vivían o iban de paso por Storyville, que ejercían la prostitución, llegaron también los músicos negros que tenían prohibido tocar en lugares para blancos, y fue en estos bares y burdeles donde encontraron el espacio necesario para ganarse la vida. Así, el burdel fue ese lugar en el que blancos y negros se encontraban sin reticencias, porque como escribe Manuel Recio[5], a Storyville llegaba también el “blanco engreído que invertía en carnalidad etílica el dinero ganado en la plantación. También fue escenario de aquel submundo decadente que, atestado de vapores fétidos, fragancia de jazmín y las violencias múltiples de “la blanquitud”, tuvo al Jazz como banda sonora.
Ahora desandemos un poco los pasos que hemos dado hasta aquí. Sería bastante inocente o incluso artero aceptar que la construcción del Jazz como una “música del diablo” obedece únicamente a sus orígenes disolutos, y no es así. El acto fundante de la esclavitud africana en América tuvo como elemento central el uso de la violencia expresada en términos de castigo físico y de exclusión social, esta exclusión es la que, como escribe Rina Cáceres en su prólogo del libro ya clásico Rutas de la esclavitud en África y América latina, da origen al racismo que fue dotando a las ideas de lo negro y la negritud de características malignas y ruines. Las personas en situación de esclavitud fueron llamadas “negros y negras”, continúa Cáceres, no solo para desvanecer sus identidades y culturas, sino también para asignarles todas estas valoraciones negativas y así justificar los mecanismos de brutal dominación que los blancos emplearon contra ellos.
Un género aceptado por el ámbito académico
Estos orígenes tan desoladores me hacen pensar que la ulterior aceptación del Jazz y su instauración como canon académico y producto cultural por las élites, tuvo que transitar por las calles de la apropiación cultural. Es un ejemplo del fenómeno que Greg Tate ha llamado: “Everything but the burden”[6] y que refiere al hecho ampliamente conocido de la apropiación blanca de todo tipo de elementos de la cultura negra, esquivando hábilmente aquellas “cargas” negativas como la violencia, el racismo y la segregación. Naomi Klein, en su libro No logo, ha escrito sobre la manera en que en los noventa las marcas de ropa y calzado como Nike, Polo y Hilfiger orientaron sus productos hacia lo cool al apropiarse de la manera en que los jóvenes negros de suburbios marginales se vestían y cómo esta estrategia resultó un gran éxito comercial.
Por ahora será mejor detenernos en este punto. Los debates sobre esto último son extensos y todavía siguen siendo álgidos. Muchas líneas podríamos dedicar al Jazz, y así lo haremos, pues coincidiendo con Omar Anguiano quien acertadamente lo deja ver en su reciente libro Jazz y Marxismo-Modelo para armar, considero que el Jazz refleja, como ninguna música, las contradicciones del capitalismo temprano y la conformación de la modernidad-colonialidad y sus fenómenos.
[1] “Cuando mi abuela se enteró de que yo tocaba jazz en una de las casas deportivas del Distrito, me dijo que había deshonrado a la familia y me prohibió vivir en la casa…Me dijo que la música del diablo seguramente provocaría mi caída, pero no pude dejarla atrás». Jelly Roll Morton
[2] Jazz judío – Música para imbéciles – Se convierte en nuestra música nacional
[3] El Abominable Jazz debe irse, Por qué el Jazz nos envía de regreso a la jungla, El problema del Jazz, Una discusión sobre el debate: ¿Es música el Jazz?
[4] El 7 de junio de 1892 Homer Plessy compró un boleto de primera clase para el ferrocarril del este de Luisiana a continuación abordó y se sentó en un asiento para blancos. Cuando el tren partió un miembro de la tripulación le preguntó si era un hombre negro ya que su condición de gente criolla libre de color (free Creole people of colour) despertaba dudas de su blanquitud, Plessy admitió serlo y cuando se le pidió trasladarse al vagón para la “gente de color” Plessy se negó a obedecer, fue sometido, expulsado del tren, arrestado y encarcelado; el juicio al que fue sometido tuvo una importante conclusión: la segregación racial tenía la salvaguarda de las leyes federales.
[5] https://www.jotdown.es/2013/03/el-perfume-de-jazmin-de-las-prostitutas-de-nueva-orleans-y-el-origen-del-jazz/
[6] Todo menos la carga.
Username: Cicio Petrus Aguirre
Es un coleccionista de recuerdos ajenos que después evoca como si fueran propios; dedicado escuchador y cultivador del arte de la charla. Latinoamericanista y aspirante a documentalista, sopla un tubo dorado para no quedarse loco. El jazz y sus anécdotas le gustan casi tanto como el cine.