¿Crees que te hablaré de lo maravilloso que resulta “ser bendecido” por la dicha del amor y de lo maravilloso que es estarlo? Permíteme diferir con una sonrisa inflamada de ironía. He venido a recordarte que el amor es una construcción social derivada de un instinto de supervivencia, y no podemos dejar de lado que ha generado una de las industrias más rentables en la historia de todos los tiempos. Justo en este momento histórico, las dinámicas sociales están experimentando cambios fascinantes en nuestra forma de concebir al mundo, incluso en cómo fabricamos la idea de nosotros mismos.
La empatía es cosa del pasado
Me propuse realizar, con algunos amigos, el experimento de consultar algunas apps para conseguir citas y los resultados fueron varios:
Es claro que la especie humana cada vez se vuelve más incapaz de generar relaciones profundas, pero esto no se debe simplemente a nuestra desconfianza. En gran medida estamos renunciando a usar nuestro sentido crítico, lo que deriva en un desafortunado hastío por hacer justo la actividad neuronal que nos ha traído hasta donde estamos, pensar. En este punto de la evolución social, se vuelve mucho más difícil realizar ejercicios de empatía, no sólo para pensar en el otro, sino para conocerlo de manera profunda y así crear una verdadera conexión emocional.
Gracias al sexting, la empatía puede ser una práctica no esencial para que surja el erotismo -incluso llegar al orgasmo-, pues permite que prácticas como la pornografía luzcan verticales (ojo: únicamente me refiero a la relación creador-consumidor) para volverse horizontales, cuando el consumidor se convierte en creador; el consumidor no necesita empatizar con lo que se ve porque ya lo está experimentando. También ofrece una falsa ilusión de cercanía, de tener a ciertas modelos al alcance de un toque. Parecería que están ahí para nosotros, que forman parte de nuestra cotidianidad, del pasillo de nuestra oficina, de nuestra cocina, de nuestra habitación. En las últimas semanas, haciendo home office, me he dado el lujo de desayunar con bombones como Henry Cavill o el mismísimo amor de mi vida, Jack White.

La ilusión del amor verdadero
Las plataformas digitales son todas ilusión, nos hacen tener la ligera sensación de que nos permiten ser lo que queremos ser, de expresarnos con facilidad e inmediatez, pero en realidad somos lo que nuestro interlocutor necesita: la idealización pura, el ultra-neoplatonismo a tope. Cabe recordar que a todo signo le corresponde un significante, y aunque mi mensaje pueda tener determinado sentido, el interlocutor es libre de interpretar absolutamente lo que quiera, anexar significados y evitar otros.
Plataformas como Tinder, se han convertido en aparadores de ventas, sí, como lo lees. Los usuarios se acercan a otros para ser agregados a sus redes sociales, ya sea por el deseo de volverse influencers o para ofrecer algún producto o servicio.

Las apps
En otras como “Bumble” o “Adopta un chico” (con el nombre sabemos lo que podemos esperar, ¿cierto?), incluso la función de FB parejas, vimos gente sumamente ávida por generar lazos profundos con desconocidos, con tal de recibir un mensaje de “buenos días”, aunque sea de una persona a la que jamás hubieran visto, o quizá jamás verán. Lo maquiavélico de todo esto es que las plataformas recopilan información cada vez más personal: desde tu platillo favorito, dirección u orientación sexual, hasta cuántas perforaciones tienes, medidas, tamaño, color de ojos, cabello, y lo que es el colmo, además de haber compartido toda información personal, la opción de de auto-describirte, dejando ver tu estilo de escritura.
“Adopta un chico”, me pareció la aplicación más invasiva y cosificadora, pues la idea consiste en que las chicas elijan al chico que les guste y “lo suban a su carrito” como en los modelos de e-commerce.
Adopta una personalidad
Hay una sección en la que preguntan a los usuarios qué es lo que les hace perder la cabeza (lo que se puede interpretar en varios aspectos), qué les prende, qué no soportan, vicios y fantasías. El usuario, al tener esta información a su alcance (sin garantía de que sea verdad), tiene la sensación de no necesitar preguntarle estas cosas al interlocutor, simplemente “sabe” lo que tiene que hacer. En otros casos, los otros usuarios utilizan estas preguntas para iniciar la conversación: “¿Así que lo que te prende es que te acaricien los codos? Bueno… ¿Quieres que lo intentemos?”. Los vínculos parecen más reales, pero en realidad son más engañosos, porque están basados en lo que nosotros deseamos que sepan de nosotros. En ninguna app he visto una sección que pregunte si tenemos alguna enfermedad mental o algún trauma de la infancia, y no dudaría que existieran millones de usuarios que llenaran esta sección y aún así tuvieran cientos de citas: “Ya vi que tienes personalidad límite, también yo, ¿Salimos a cenar?”
Otra sección, las confesiones, es la que más me impresionó. Preguntan sobre la ropa interior preferida mediante un listado de opciones a elegir: qué accesorios prefiere (que alude a juguetes o fetiches sexuales), qué acciones excitan al usuario y qué le gusta que le hagan, ya en el acto sexual. Imaginen la primera cita. Ambos desconocidos tienen la sensación de conocerse, creen que antes de verse están al nivel de una tercera o cuarta cita, se saltan toda esa ceremonia y pueden pasar al siguiente paso… Es como obtener sexo por catálogo y “gratis”, cuando el precio es más alto del que imaginamos: toda nuestra información. Al dejar la app, ésta arroja un mensaje: -Esperamos verte pronto de regreso en la boutique.
Citas con terapia incluida
También me encontré en situaciones que parecían terapia. Recibí el mensaje de una chica: “Te pareces mucho a una novia a la que quise mucho”. Pese a que de inmediato perdí el interés, pareció que esto fue más excitante para ella, porque incluso envió packs no solicitados (por cierto, muy abundantes en esta dinámica); otro del típico chico que decía que acababa de terminar una relación larga y sólo esperaba una chica que le escribiera de vez en cuando, que mostrara siquiera un poco de interés por su persona.
En este punto del texto, espero que no se estén preguntando qué pasó; espero que el resultado sea más que obvio. He de confesar que conocí a personas muy interesantes, a gente dispuesta a ceder parte de “su corazón” para hacer que funcionara la relación; a otros ávidos de atención, sin ganas de ofrecer algo a cambio (emocionalmente hablando); crisis emocionales y de edad cuyo resultado es agregar un poco de emoción a sus vidas. Después de toda esta experimentación, entiendo por qué tener conexiones emocionales requiere de constancia, empatía y mucho trabajo interno que no todos estamos dispuestos a hacer.

Username: Soledad Morrison
Sol Girón. Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y con una pretenciosa licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, se ha dedicado a la docencia, al marketing digital y a la gestión de redes sociales. Le interesan la política, la moda, el transcurrir del tiempo y los universos paralelos, los temas de género; es memera de corazón y sarcástica por vocación. Melómana empedernida, amante de la narrativa contemporánea, del café y de toda la cultura vanguardista. No tiene algo más original que ofrecer más que historias desequilibradas y faltas de sentido.