Desde su niñez lo vi sufrir por cada partido perdido. Todo comenzó aquella noche de junio de 2001, cuando Cruz Azul cayó frente a Boca Juniors en la final de la Copa Libertadores y ha continuado hasta nuestros tiempos. Este simpático aficionado, cuya identidad dejaré en el anonimato, pero llamaremos “M”, ha vivido cada afrenta con estoicismo y humor, sin dejar de reavivar sus esperanzas al comenzar cada torneo. Al tiempo que abandonaba la niñez, transitaba por la adolescencia y experimentaba los albores de la vida adulta, “M” vio surgir un neologismo que abrazó con resignación: “cruzazulear”. El término hace referencia a un tipo muy particular de fracaso, aquél que se tiene contra todos los pronósticos y que implica una profunda desilusión. “Cruzazulearla” es perder incluso cuando se tiene todo lo necesario para ganar, como aquella final de 2013 cuando el arquero del América anotó de último minuto, o como en la última ocasión, cuando el equipo perdió una ventaja de cuatro goles contra Pumas en la semifinal del campeonato local.
Al consumarse la última cruzazuleada, luché con todas mis fuerzas por controlar mi risa. No podía creer lo que veía y los memes que se producían en las redes sociales no hacían otra cosa más que avivar unas sonoras carcajadas que me costaba cada vez más contener. Sin embargo, mirar el rostro desencajado y doliente de “M” revivió mi empatía y me hizo resistir un poco más, quizá unos quince segundos desde que sonó el silbatazo final. Después de liberar mis burlas y mientras era testigo del modo en que “M” soltaba pequeñas risillas con los chistes que le compartía, tomé unos segundos para respirar y me pregunté: ¿qué se esconde detrás de una burla?

El chiste como resistencia
Burlarse puede tener varias implicaciones, ninguna de ellas inocente. Hace tiempo James Scott, antropólogo estadounidense, analizó en diversas sociedades las múltiples formas de resistencia de los dominados frente a los dominadores. En su estudio destacó que el chiste y el humor eran herramientas fundamentales que los grupos marginados utilizaban para enfrentar, al menos en el terreno simbólico, a los poderosos. La caricatura política es un buen ejemplo de ello y en México se ha desarrollado desde el siglo XIX hasta nuestros días. En ese sentido, una de las representaciones que más recuerdo es la de Felipe Calderón como un enano alcohólico al que le queda grande el uniforme militar. Mofarse de ese político conservador y mafioso no salva a las miles de personas que fueron víctimas de su falso combate contra el narcotráfico, sin embargo, mirar esa figura ridiculizada del expresidente no deja de producir cierto sentimiento de revancha (y estoy seguro de que a Calderón no le hace nada de gracia.)
Pero el caso de “M” y la afición del Cruz Azul es distinto, pues la burla hacia ellas y ellos no es una forma de reivindicar a los dominados frente a los dominadores. En el fondo, el término “cruzazulear” sólo pretende ser una mofa simplona que, como todas las burlas, genere gracia a costa de otros.
Las heridas
Nadie se salva de la burla, todas y todos están expuestos a ser lastimados. Al mirar el rostro de “M” luego de presenciar una cruzazuleada más, entendí que de algún modo u otro burlarse implica lastimar, minimizar y ridiculizar. No es un asunto inocente. Es probable que las primeras sensaciones que asociemos a la idea del chiste sean la alegría, la felicidad y las carcajadas, pero a veces olvidamos que estas suelen montarse sobre las desgracias de los demás. En el fondo, la burla se sostiene sobre las heridas que infringimos. ¿O acaso es posible reírse de los otros sin lastimarlos? Supongo que sí, pero ¿cómo hacerlo?
El término cruzazulear puede resultarnos inofensivo, pero muchos otros chistes no lo son. En los últimos años se han generado intensas discusiones respecto a cuáles deben ser los límites de la burla y cuál es la frontera con lo políticamente correcto. El acoso escolar que sufren niñas y niños es un buen ejemplo de ello. Mientras para algunas generaciones el bullying resulta un escandaloso mal por haberle costado la vida a cientos de infantes, para otros es algo que siempre ha existido y que no debería verse con preocupación. La reflexión no debería ser algo menor si revisamos el repertorio de chistes mexicanos, casi siempre cargados de profundas expresiones misóginas, racistas y clasistas.
Desde luego, no pretendo promover el fin de los chistes, y mucho menos cuando se trata de una cruzazuleada, pero creo que no está de más preguntarnos, ¿hasta dónde deberíamos llegar cuando nuestra risa se alimenta del dolor ajeno?

Username: Cacomixtle
Autor: Giovanni Alejandro Pérez Uriarte. Licenciado en Estudios Latinoamericanos y Maestro en Historia por la UNAM. Sus investigaciones versan sobre la historia social y cultural del futbol. Desde que era un niño supo que quería ser historiador. Le gustan las palabras esdrújulas, andar en bicicleta y mirar cacomixtles, a quienes considera sus hermanes. Se considera torpe en el uso de la tecnología. Quizá por eso el mundo digital le parece enigmático, misterioso y casi inevitable.