
Las oficinas jamás han sido «mi elemento”, y mucho menos el murmullo de 20 personas que agonizan en lo que podría considerar la cuna del capitalismo tardío: algunas riendo, otras gritando, resolviendo problemas y ofreciendo objetos que la gente no necesita. Escaseó mi aliento y simplemente dejé de respirar. El médico recetó reposo absoluto y pensé en la posibilidad de ir a un largo viaje.
Me transporté a la playa en un momento de tortuosa bonanza. Sin recordar detalles del viaje, al entrar al hotel donde me hospedaba, me percaté de un camino de palmeras que al final formaba la paradigmática estampa de los matices del sol que a su pie resplandecía con cientos de centellas al mar azul, muy similar al del póster que tengo en mi oficina.
Ya en mi habitación, una exuberante pelirroja de actitud festiva me invitó a pisar las olas. No pude resistirme a su increíble energía ni a su voluptuosa belleza, y mientras me conducía al mar me percaté de un rostro conocido: él, vestido con una horrorosa camisa tipo print animal, había arribado al lugar. Corrí a sus brazos mientras le repetía lo feliz que estaba de que estuviera ahí conmigo. Lo abrazaba y con mis manos tocaba su rostro para confirmar su presencia, lo besaba mientras repetía: ¡Al fin, juntos!
Corríamos de la mano a lo que yo esperaba, fuera una playa con entorno paradisiaco; pero en su lugar nos encontramos con lo que parecía un lago cubierto de arena espesa, asqueroso fango como de un terrible pantano que contrastaba con el paraíso al que habíamos arribado.
Al tomar pedazos de arena formé hoyos de donde salían pedazos de pollo crudo. Los miré con detenimiento. A mi derecha sentí el jadeo de un gigantesco pitbull negro, e inmediatamente solté la pieza. Él, fascinado por el reflejo de las estrellas y cientos de luciérnagas, se vio ajeno a nuestro inconveniente y yo, al no poder gritarle que corriera, arrojé el retazo y como un reflejo también huyó. Repentinamente no supe más, pues un golpe me inmovilizó.
Al despertar me encontré un panorama devastador: Desde el fango percibí que la ruidosa fiesta del hotel había sido interrumpida por un huracán que me había alejado de toda forma de vida humana y en su lugar había dejado cientos de leños en forma de muñecos de todas formas y colores.
El miedo me desplomó de pánico y aterrizó en mis rodillas, suplicante pero agradecida de conservar mi vida. Me quedé muy cerca del pantano y busqué algunos leños para hacer una fogata. Al prenderlos se iluminó el pantano de tal modo que noté muy cerca de mí un muñeco de curioso aspecto y una playera espantosa. Espantosa era poco, era horrorosa… Y la náusea penetró mi paladar, cuyo resultado detonó una explosión de rastros de mis desperdicios gástricos.
Levanté al muñeco y en mis dedos percibí unos latidos. Me pregunté si este muñeco podría considerarse un ser vivo, o peor aún, si éste estaba habitado por lo que sería la conciencia de quien había sido un ser humano autónomo, en movimiento, pero sobre todo mío, antes mío.
Por horas lo contemplé sin saber qué hacer o cómo revertir lo que había ocurrido. Lo llevé al mar y lavé su cuerpo con dedicación. La arena no permitía ver el grabado de un infinito que estaba finamente marcado en su brazo izquierdo. Sacudí su camisa y unos curiosos lentes oscuros que protegían sus ojos que parecían pintados a mano con pulcra dedicación. Las alpargatas también fueron sacudidas hasta quedar presentables.
Mi infortunio tenía de su lado un par de elementos a su favor: mi hambre y una voz que se burlaba de la terrible ironía de estar varada en medio de la destrucción, sola, con él… Pero con la paradoja de un sentimiento de consternación que paseó por la perplejidad para desembocar en el divorcio total con la noción de fantasía que se fundió con el concepto de realidad. Tomé esa delicada mano para ponerla en mi boca. Hice interminable el último beso para dar el primer mordisco; luego su hombro, el pecho, el cuello, la cabeza, la otra mano, el hombro, el torso; abajo, los pies, las rodillas y lo que había sido un sexo masculino. Si bien mi hambre estaba casi saciada, no pude evitar saborear y disfrutar cada mordisco, palpar con mi lengua cada centímetro de él y sonreír con cada bocado que se instalaba en mi boca, en mi garganta, en mi estómago, que viajará más allá de mis intestinos hasta llegar al fin de todo. Al finalizar el ciclo, supe que él ya había explorado cada célula de mi cuerpo y así entendí que había sido parte de una consumación tan peculiar, que nadie podría prendarse de un placer tan único, inimitable, en un último goce.
No existe precedente de un ser que te haya saboreado con gozo equivalente al que te disfruté a ti… Ni lo habrá jamás.

Sol Girón. Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y con una pretenciosa licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, se ha dedicado a la docencia, al marketing digital y a la gestión de redes sociales. Le interesan la política, la moda, el transcurrir del tiempo, los universos paralelos, los temas de género; es memera de corazón y sarcástica por vocación. Melómana empedernida, amante de la narrativa contemporánea, del café y de toda la cultura vanguardista, no tiene algo más original que ofrecer además de historias desequilibradas y faltas de sentid
Las oficinas jamás han sido "mi elemento”, menos con el murmullo de 20 personas que agonizan en lo que podría considerar la cuna del capitalismo tardío.
No existe precedente de un ser que te haya saboreado con gozo equivalente al que te disfruté a ti... Ni lo habrá jamás.