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Azul de J. Balvin y sus referencias a influencers virtuales

Este año, por si no fueran suficientes sorpresas no tan agradables, me encontré con la novedad de que el cantante J. Balvin había iluminado al mundo con el lanzamiento al mercado de un nuevo material discográfico: Colores.

Conocí el álbum por una canción que no tiene nada fuera de lo común, cumple con todos los lineamientos de toda canción reguetonera: cosificación femenina, machismo exacerbado que exalta los atributos físicos femeninos, además, la canción describe un ambiente playero, ¡qué novedad! Por si no fuera todo, aborda el tema de las relaciones sexuales casuales consensuadas. Pero al ver el video, mi impresión fue enorme al ver que la narrativa visual ni se desarrollaba en la playa, ni tenía absolutamente nada que ver con lo que se plantea en la letra y, por supuesto, la modelo es… ¿De plástico?

En apariencia, tampoco nos parece algo fuera de lo común: si bien, las modelos de los videos de reguetón parecen lucir estereotipos de belleza imposibles, en esta ocasión, lo que nos da la impresión de observar “reluciente plástico” en plena acción es, literalmente, una muñeca de plástico.

Es un video animado que nos cuenta la historia del protagonista quien, casualmente, es el mismo J. Balvin. Éste, al encontrarse triste, sin que se especifique bien la causa (no me quieran engañar los que opinan que está triste por una mujer en un nefasto intento por encontrarle profundidad a un discurso carente de sentido), decide comprar una muñeca de tamaño real, inspirada en el personaje de un anime que está viendo en la televisión.

Influencers virtuales: el plástico que no es posible tocar

Reproducir vídeo

Tras convivir con la muñeca, imagina que es una mujer real (vamos, ¿a veces no quisieran entender el mundo de la gente que adquiere muñecas sexuales?) y mientras le arregla las uñas de los pies imagina que es un acto de seducción que los lleva a la cama (¿o creían que sólo iba a contemplarla?).

Más adelante, resulta que la muñeca lo engaña, lo que da a entender al espectador que quizá es un recuerdo: sí, una mujer lo engaño; por eso decide comprar la muñeca idéntica a la ex amante.

No les voy a mentir: fue inquietante. De manera inmediata fui al buscador de Google para preguntarle qué acababa de ver, o qué habían interpretado otros usuarios, y las respuestas me dejaron fría: un redactor de Telehit “encontró” una metáfora al amor platónico… Porque no hay algo más platónico que enamorarse de un objeto y, si algo nos ha demostrado la posmodernidad, es que es posible sentir pasiones por cosas.

Otra interpretación habla de un J. Balvin quien, triste por el engaño de una mujer, decide comprar una muñeca por televisión, por lo que la canción alude a los tiempos tan bellos que pasó con su ex, en contraste con la realidad que está viviendo en el video, y la autora termina en una “profunda” reflexión sobre la depresión de la cual el propio cantante había sido víctima.

No puedo dejar de imaginar las reacciones de otros usuarios, quienes tuvieron la oportunidad de leer estos artículos, y es que era de esperarse justificaciones tan “profundas” de un video claramente machista, pero sobre todo, cosificador.

Lil Miquela y Hatsune Miku: el híbrido

Gilles Lipovetsky en La Era del vacío dice que una de las características de la sociedad postcapitalista es el autoservicio. En esta lectura, el video es muy revelador: no necesitamos mujeres para nuestra satisfacción sexual, menos que sean reales. Podemos autosatisfacernos sin su ayuda (y somos tan inseguros que hasta las de plástico nos engañan). El eco del mensaje me parece aún más terrible: no necesitamos respetarlas, simplemente porque no las necesitamos.

Vivimos en carne propia el auge de “la seducción de las cosas”, y un claro ejemplo son los influencers virtuales, que es otro de los temas de la historia. La muñeca es un híbrido entre dos famosas influencers.

La primera es Lil Miquela, una chica de 19 años, hispano brasileña, cantante, periodista, que ha sido corresponsal en el festival Coachella, donde entrevistó a J.Balvin durante su participación el año pasado. Incluso está considerada por la revista Time como una de las 25 personas más influyentes del mundo. Sí, la muñeca tiene un peinado muy similar al de ella y fue la primera interacción del cantante con un personaje virtual.  

La segunda influencer en quien se basaron es Hatsune Miku, creada por la agencia Crypton, ícono de la música pop japonesa que inició como una librería de voz para  VOCALOID2, VOCALOID3 y VOCALOID4. En este caso, la influencia es más clara: el cabello es azul, acomodado con dos colas, y además, de origen oriental.

La pregunta de varias agencias es, ¿los influencers virtuales, al ser portavoces de las marcas, ponen en duda la autenticidad de un mensaje? Quizá la respuesta dependa de varios factores, como la edad. Por ejemplo, un Baby Boomer, Generación X, incluso algunos Millenial dirían que sí lo hacen. El producto puede lucir falso y poco apropiado para el consumidor, por lo que éste puede optar por no adquirirlo.

Por otro lado, las actuales generaciones (algunos Millenial, la T o la Z) ponen menos atención a lo que ven en pantallas, por lo que en varias ocasiones ni siquiera tienen idea de lo que están observando.

Lil Miquela
Hatsune Miku

Los influencers virtuales: el plástico económicamente rentable

En los inicios de Lil Miquela, la agencia que la creó empleó como estrategia hacer dudar al espectador sobre si era real o virtual, pero al ser obvio que no era una persona, al hacer una encuesta a varios jóvenes no sabían que ella se trataba de un “ser” virtual. En este sentido, nos queda claro que cada vez estamos más acostumbrados a lo artificial.

Una persona más observadora podría advertir varios peligros: primero, los humanos ya no tendrían que ser necesarios para las marcas. Lil Miquela ha sido “víctima” de reclamos de los que se ha defendido al argumentar que no pretende quitar el trabajo a los influencers que son personas; sin embargo, su sola existencia es un negocio sumamente rentable, pues su personalidad está basada en estadísticas, en gustos y preferencias de los propios usuarios, tiene la personalidad que un publicista espera que tenga, por lo tanto, no se involucraría en escándalos que podrían dañar su imagen, (¿escuchaste esto, Luisito Comunica?), no absorbe costos en viajes, por lo que puede estar disponible en cualquier parte del mundo, sin importar la hora ni la fecha.

Desde su vocabulario, hasta lenguaje corporal o aspecto físico son el resultado de los gustos comunes de una media, y es aquí donde llega la parte más peligrosa del papel del influencer virtual: su apariencia está basada en los estándares de belleza actuales, por eso no sube de peso, puede ser modificada de acuerdo a la tendencia que esté de moda y lo más importante: no envejece, por lo que su vigencia puede ser infinita.

Éticamente encuentro un gran inconveniente: ya tenemos suficientes problemas con la autoaceptación y autoestima, cosificamos a otros seres vivos y nos autocosificamos, en fin, los estándares de belleza, cada día, se vuelven más irreales. Cada vez nos cuesta más trabajo pensar y ser críticos: no podemos compararnos con la inteligencia artificial, por lo tanto no puede ser nuestro ejemplo a seguir. Esto es peligroso y sumamente dañino para la mente de las futuras generaciones.

Los influencers virtuales pueden ser un “descanso de la realidad”, pero paradójicamente, ya son algo real.

Desde este punto de vista, el video Azul es el ejemplo perfecto de una metáfora del influencer virtual: es un “ser” que no existe, pero pese a que “no tiene vida”, el usuario que decide seguirlo se apropia de él, se vuelve parte de éste, de su existencia, y así le da vida. La muñeca dejó de ser un ser irreal cuando el personaje de Balvin la hizo objeto de sus emociones, pero también cuando le atribuyó sentimientos.

Así amigos, es como el ser humano ha logrado banalizar quizá lo más preciado que tiene: sus sentimientos. Empezamos a querer a los objetos, más que a nosotros mismos.

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Sol Girón

Username: Soledad Morrison

Sol Girón. Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y con una pretenciosa licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, se ha dedicado a la docencia, al marketing digital y a la gestión de redes sociales. Le interesan la política, la moda, el transcurrir del tiempo y los universos paralelos, los temas de género; es memera de corazón y sarcástica por vocación. Melómana empedernida, amante de la narrativa contemporánea, del café y de toda la cultura vanguardista. No tiene algo más original que ofrecer más que historias desequilibradas y faltas de sentido.

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