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El artista del hambre

A Kafka y a tantos

El arte siempre ha tratado de crear vínculos entre los hombres, incluso puede cambiar el formato de su transmisión para seguir presente en la cultura y en la vida política, pues todo acto artístico se insubordina al ethos, clava su pluma o gubias en los lugares comunes y en la forma de vida de la sociedad, para mostrar ese rostro que todos ocultamos: lo que está mal en el mundo, ¡vaya!

Diría que me sorprende la velocidad en que las artes se han adaptado a la tecnología y a la realidad virtual. Lo cierto es que el artista es un sobreviviente desde la modernidad, incluso atrás, pues no todos tuvieron un mecenas o vivieron amparados en algún taller medieval. “El hombre de genio” no es más que una cucaracha que sobreviviría a las bombas atómicas. Éste escribe o pinta o esculpe en la piedra su pesadilla, en la madera raja la forma de su amor, rasga las notas de esa melodía que convoca a perros y demonios por igual. Persiste en ser y su esencia no es más que un puñado de alfabetos, colores, formas, sentimientos, sensaciones. Su anatomía la constituye el hambre y su arte. Por todo esto, insiste en persistir en cualquier medio de difusión, ya sea presencial o virtual, como es ahora.

La música quizá sea la menos afectada con este cambio, pues se ha mudado de manera casi natural a los formatos digitales desde hace algunos años, aunque la experiencia de los conciertos o del zumbido de los acetatos es insustituible. Los discos apelan a la melancolía, al recuerdo, pero acaso ¿el arte no es manifestación del pasado, del recuerdo, del tiempo? “Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”, escribió Elena Garro. 

Eso y no otra cosa, queda del artista, un libro de memorias interiores, orgánicas, vivas del ser humano, por más artificial que sea la escritura.

Kafka

El artista y el arte liberador

Escribir quizá fue difícil en los primeros meses de la pandemia, pero el hombre se adapta pronto al trato inhumano, busca un poco de felicidad y sigue adelante. Eso hemos hecho todos, bregar contra la desesperación de no tener trabajo, de estar lejos de nuestros seres queridos, de llorar sin ver a nuestros muertos –que han sido bastantes–. La tripa nos zahiere, nos saca de nuestro estado melancólico, del abatimiento; limpiamos, entonces, las lágrimas de los pómulos, le hacemos un cariño al dolor y buscamos cualquier medio para subsistir. En su reconstrucción el hombre herido pondrá música, recordará una historia que le contó su madre sacada de Las mil y una noches, recorrerá la plaza con la música de la marimba y la estatua esa del general, recordará el sabor de los helados que le compraban de pequeño y entonces, ya sosegado, continuará buscándose la vida.

Sin el arte sería insoportable el encierro, la soledad, la muerte, pero nunca nos quedaremos sin éste para comprobarlo, porque el poeta, el escultor, el músico no pueden dejar de practicar su oficio, están obligados a convocar las voces que los habitan, por ello, como hormigas, buscan otro hormiguero después del diluvio, llámese Facebook live, Zoom, etc. De hecho fueron los artistas los primeros que habitaron esta nueva virtualidad, compartieron poemas, música, convocaron a otros como ellos, armaron festivales virtuales, alumbraron desde su oscuridad a los demás.

Formas de hacer arte: una mutación constante

No ha cambiado el oficio, lo que ha cambiado es el medio de transmitirlo. Ciertamente, ha sido más difícil obtener algunos centavos sin la venta de libros, sin presentaciones, sin ferias, sin gente, ¡vaya! Pero se busca el modo, desgraciadamente son pocos los medios para subsistir porque muchos aún piensan que el arte debería ser gratis o, en otros términos, para no usar una frase tan polémica, porque muchos piensan que el artista no come o porque él mismo piensa que es indigno cobrar por el trabajo hecho. Entonces, ¿de qué comerás, amigo poeta?

El artista, el de sepa, el de “a debis” no invierte la escala de sus valores, no pone por encima de su arte, de su querer escribir como demente o trazar en un papel la fiereza del color al dinero. Y está bien, lo que no lo está es el abuso. Todos quieren al artista, pero nadie desea pagar por su trabajo. ¿Cuánto tiempo se tarda en escribir una novela, señor novelista?, ¿cuántas cuartillas le faltan para tener un poemario, poeta?, ¿cuántos ensayos requieren, actores, para tener lista la puesta en escena?

Vemos sólo el producto, el resultado, ahora entramos al Zoom o a las redes sociales para apreciar su trabajo, pero la obra necesita tiempo y ¿quién paga ese tiempo? Nadie. Es el artista quien se ve obligado a ser maestro, burócrata, librero, vendedor de lo que sea, etc., para mantenerse y así poder crear en la injusticia de las horas, dar algo al mundo que antes no existía, como decía Borges.

Combatir demonios por medio del arte

El oficio de todas las humanidades está centrado en la parte espiritual e intangible del hombre, por ello esta insistencia en tratar de transmitir lo que hacemos, que no son más que sensaciones, sentimientos, algunos pensamientos o recuerdos hilados dentro de un tramado de personajes, mundos y situaciones verosímiles. Nuestra profesión nos obliga a compartir nuestra soledad, porque el arte forzosamente se debe a la comunidad, también muestra su deformación, claro, pero es una trinchera ante el agobio y la zozobra del presente, por algo hubo gente cantando el Cielito lindo, haya sido una imitación o no de lo que hacían otros países, lo importante es que la canción, el arte, es un medio para escapar del encierro a pesar del encierro.

El artista busca tocarnos en lo más íntimo, encender algo aletargado por la pobre educación que tenemos, por el propio mundo, por el hambre, por el ruido que nos obliga a trabajar de una forma brutal, tanto que no da tiempo a tumbarse en el sillón y abrir un libro y perderse como Hänsel y Gretel o Caperucita por el bosque. ¿Cómo enfrentar entonces nuestros demonios, si no hay niños que nos muestren el modo? La literatura, el arte nos enseña cómo es el mundo y cómo enfrentarlo, y sí, éste es un ogro o una bruja dispuestos a masticarnos.

Sí, cambian los medios, sobrevivimos al encierro gracias al artista que es un terco empeñado en ser escuchado, pero no cambia la valoración final, la gente los cree distintos, instruidos y ¡no sé qué tantos mitos!, pero al final son tan de pellejo y huesos como los demás y como los demás tienen hambre y desgraciadamente a nadie le interesa el artista del hambre, una vez que pasa de moda su acto se muere en la pobreza o vive su vejez esperando la limosna, casi siempre de otros como él.

¿Qué hace al artista: su arte o la crítica?

No debiera de ser así, porque el escritor o el pintor o grabador o cualquier artista vive hasta el final empecinado en afinar su arte. El poeta pone la hoja todos los días, trata de pulir ese verso que dejó inconcluso ayer, no duerme pensando en la sonoridad, se levanta en la madrugada, apunta algo sobre un pedazo de hoja y se duerme, a la mañana siguiente revisa lo escrito, prepara un café y se sienta a trabajar en su poema; le duele el hígado, prende un cigarro para espantar el hambre, después otro, así está hasta la tarde, abre una lata de atún de la despensa que le dieron sus amigos, se apura porque el foco es de 60 watts y ya casi no ve. Mejor sube a la azotea hay más luz allí, espanta el poco viento, aplana la hoja sobre el libro que se llevó, se acuesta en el suelo boca abajo y empieza escribir, sueña que termina la obra, su obra, sueña y así lo encuentran a la mañana siguiente, tieso, soñando sobre el poema que escribió para nadie y para todos. Quizá algunos poetas amigos armen un festival desde esta nueva virtualidad para honrarlo.

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Username: Roberto Acuña

Roberto Javier Acuña Gutiérrez (Ciudad de México, 1981). Es escritor, tallerista, profesor universitario en las carreras de Comunicación y Letras Hispánicas en la UNAM, y maestro cervecero en Chupamirto Casa Cervecera. Entre sus publicaciones se encuentran: Tarde en recordar (2017), editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Los ojos negros de la noche (2019, Surdavoz), Regusto a diablo (2020, Tintanueva). Ha obtenido diversos reconocimientos y premios en cuento, ensayo, poesía y crónica. Ha colaborado en diferentes medios culturales como El periódico de poesía de la UNAM, la revista Ritmo, La Otra, ConexióNorteSur, entre otras.

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